jueves, 20 de agosto de 2009

César Vallejo. Visiones de un poeta.




Piedra negra sobre una piedra blanca

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos.


El poeta más desgarrado del que se tenga memoria es César Vallejos. Esta afirmación que concibo, lleva en su recinto un conjunto de rasgos que confirman que, al aproximarnos al umbral de lo que significa para nuestra literatura la figura de Vallejos, es necesario desnudarnos de todas las prisiones espirituales que los siglos han puesto sobre nosotros, porque el dolor que transmite Vallejos, no es un dolor que agobia o martiriza, sino que libera al hombre en su sentido más puro.

El dolor en Vallejos se vuelve poesía, se reviste de poesía, pero cómo aproximarnos a su dolor nosotros, tan ajenos y distantes, si el único puente que se extiende entre él y nos'otros, es un puente de palabras de un leguaje que tanto lo hirió en la lucha de poder expresar lo inexpresable. Sin duda un puente no es posible que se sostenga de un solo lado. Vallejos, con su poesía, inició la construcción de un maravilloso puente que surge desde su ser más profundo hacia el mundo y ha superado la inclemente ira del tiempo. Pero, qué hay de nosotros, cómo aproximarnos a él, si cada vez que avanzamos nos damos cuenta que la única verdad que hay entre los hombres es que, en rigor, sólo es factible estar uno al lado del otro, entendiéndonos, pero ‘comprendiéndonos’, en verdad, no nos es posible. Las distancias sucesivas que existen entre los hombres endurecen cada vez más las cadenas que nos rodean. Libremente esclavos estamos en el mundo, adornando nuestras cicatrices de poesía, de aquello que fuera de nosotros no es más que un profundo 'nosotros', porque la poesía es el espejo misterioso que funciona, a la vez de puente que acerca a los hombres y los conecta en las más diversas dimensiones y la interpretación de ella es, sin duda, el esfuerzo por evitar que las distancias no sean tan abismantes entre el creador y los que observan su obra.

Agape

Hoy no ha venido nadie a preguntar;
Ni me han pedido en esta tarde nada.

No he visto ni una flor de cementerio
En tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: qué poco he muerto!

En esta tarde todos, todos pasan
Sin preguntarme ni pedirme nada.

Y no sé qué se olvidan y se queda
Mal en mis manos, como cosa ajena.

He salido a la puerta,
y me dan ganas de gritar a todos:
si echan de menos algo aquí se queda!

Porque en todas las tardes de esta vida,
Yo no sé con qué puertas dan a un rostro,
Y algo ajeno se toma el alma mía.

Hoy no ha venido nadie;
Y hoy he muerto qué poco en esta tarde!

El poeta cuando escribe asume sin darse cuenta una lucha cuerpo a cuerpo contra el instinto de muerte que trabaja en nuestra historia y la poesía se va abriendo paso justo allí donde identifica sus ataduras, de donde surgen tantos muros espirituales impuestos intrínsecamente (autóctono) y extrínsecamente (foráneo) al hombre. Vallejos es aquel del alma mestiza que logra, a raíz de estas consideraciones, conseguir la preciada libertad en que el dolor se desliga del alma mediante la expresión misma, la poesía se convierte, así, en una posibilidad de exorcizar todos los fantasmas que se llevan dentro, en un 'hacer', actividad liberadora, que nunca está desprovista de sufrimiento desde que el eterno entró en el tiempo.


Y en esta hora fría, en que la tierra
Trasciende a polvo humano y es tan triste,
Quisiera yo tocar todas las puertas,
Y suplicar a no sé quién, perdón,
Y hacerle pedacitos de pan fresco
Aquí en el horno de mi corazón…!
(El pan nuestro)

Ese proceso de desgarro es apreciable sin duda en el tema religioso que se desprende de muchas de sus poesías, en la imagen de la culpa y sobre todo de la muerte que se presenta en Los heraldos negros. La obra de arte, el verso surge como fruto de este enfrentamiento cósmico en que asume el rol del Hombre, por el hombre mismo. Cómo no ver en cada verso, en cada letra y silencio que se encuentra en la poesía de César Vallejos, las huellas, las heridas y las grietas de esa lucha de reconocerse vivo en medio de tantos muertos.

En Los Heraldos negros de 1919 encontramos en el primer verso esa imposibilidad de poder expresar lo que realmente siente o piensa "...¡Yo no sé!" Ese silencio (...) se vuelve significativo, pues presenta una honda introspección una honda caía en la certeza que el lenguaje es, en verdad, limitado. Limitado para expresar el dolor, para expresar quizás el momento del golpe o para indicar el miedo de hablar de aquello que nadie comprenderá.

Los heraldos negros


Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas obscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!

A Vallejos le cuesta expresarse, le cuesta hablar de lo inefable, pero cuando logra crear un nexo entre la palabra y su ser más profundo, la creación misma se reviste de belleza, de un refinado virtuosismo, acompañado incluso de una medida de una construcción tradicional (sonetos, rimas, silencios). Este poema está distribuido en diecisiete versos distribuidos en cuatro estrofas de cuatro versos, más un verso final. La primera estrofa consta de dos alejandrinos y dos endecasílabos, rimado el primero con el cuarto verso y sueltos el segundo con el tercero.

En Los Heraldos negros es imposible ignorar el desasosiego que destila de cada sílaba. Hay un tema trágico que se manifiesta entre la realidad que expresa el verbo de existencia (hay) y lo que se concibe como menos real y más abstracto que es la propia interioridad humana, en que el silencio (…) conecta el yo interior (sufriente) y el mundo, muchas veces incomprensible.

El primer problema se plantea literalmente en el primer verso, se trata del aislamiento lingüístico en que se rechaza la lengua, pero aún así se considera como una forma de canalizar lo que se lleva dentro. Un gesto que muestra que la razón se repliega contra la razón, se vuelve una sin razón cuando es espiritualidad. Analógicamente, sería el esfuerzo que realiza un domador, en que Vallejos estaría en cada verso enfrentándose a un animal salvaje que, a veces es víctima y a veces victimario.

Este problema de lo lingüístico aparece también en su poema Intensidad y altura de su libro Poemas Humanos de 1939 en que ve todo su esfuerzo por escribir en el fracaso, se siente incapaz de escribir y manifiesta abiertamente que le cuesta.

Quiero escribir, pero me sale espuma,
Quiero decir muchísimo y me atollo;
No hay cifra hablada que no sea suma,
No hay pirámide escrita, sin cogollo.

Quiero escribir, pero me siento puma;
Quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay voz hablada que no llegue a bruma,
No hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo…

Aparece el problema de expresarse en el poeta, y cada verso surge como un gran triunfo, pero alicaído, cansado de este eterno enfrentamiento.

En una segunda instancia aparece en Los Heraldos negros el tema religioso, un Dios que odia que alude casi a la visión del Antiguo Testamento, que castiga por el pecado sin que los hombres tomen consciencia real del "por qué sucede". Pero también hay un Dios del Nuevo Testamento, un Cristo que se da (como Vallejos se da), pero que sólo recibe tortura e incomprensión. El ser humano sufre a causa de su propia especie, a causa de los otros seres humanos, pero también a causa de Dios. Este es un sufrimiento que va creando una suerte de sedimento que poco a poco va endureciendo el alma del Hombre.

Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!

La presencia de la muerte no sólo se ubica en la siguiente estrofa, sino que se presenta como telón de fondo, como si se estuviera realizando un diálogo permanente con la muerte misma y con las cosas que la aluden: caídas hondas, crepitaciones, sangre, Cristo, Destino, etc. Los Heraldos son los emisarios de la muerte, las parcas que recogen el hilo de cada hombre y le indican que ya no hay más. Se trata de una muerte carente de la tradicional religiosidad, pues en la poesía de Vallejos no nos encontramos ante un Dios que salva, sino ante un Dios que tiene rasgos de hombre, se personaliza: hace sufrir, siente dolor, se enferma, etc.

En el poema Espergesia, nos dice:

Yo nací un día
Que Dios estuvo enfermo.


Se observan imágenes que nos hablen de un Dios que sufre, que siente, que odia. Sin embargo, surge un sentimiento hacia él casi de compasión, de conmiseración hacia aquel que ‘tampoco’ fue entendido.

En verdad, en la poesía de Vallejos no existe una postura religiosa de la vida en la forma tradicional, sino de manera oblicua, es decir, se refiere a Dios, habla de Él y con El, de los cristos del alma, pero como motivo literario y siente lástima, pena de aquella crucifixión quizás en vano, porque el hombre sigue llevando la culpa gravada en el alma.

Se quisiera tocar todas las puertas,
Y preguntar por no sé quién; luego
Ver a los pobres, y, llorando quedos,
Dar pedacitos de pan fresco a todos.
Y saquear a los ricos sus viñedos

Con las dos manos santas
Que a un golpe de luz
Volaron desclavadas de la Cruz!
(de El pan nuestro)

La culpa del hombre no permite que entre en su alma el mensaje de eternidad y, de esto hay alusiones en muchos de sus versos, llamando mucho la atención algunos versos como:

y hacerle pedacitos de pan fresco
aquí, en el horno de mi corazón…! (El pan nuestro)

entre panes tantálicos, humana
impotencia de amor. (La de a mil)

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
Me pesa haber tomádote tu pan. (Los dados eternos)

Yo te consagro Dios, porque amas tanto;
Porque jamás sonríes; porque siempre
Debe dolerte mucho el corazón. (Dios)

En el impresionante poema Los dados eternos Vallejos humaniza a Dios e incluso, ciertamente, lo limita en su capacidad redentora, pues el hombre es más Dios, porque sufre y ese sufrimiento, no es estoico o sumiso, sino que algo mucho más profundo arraigado en la conciencia del hombre que ha sido marcado desde el principio por el pecado.


Los dados eternos
Para Manuel González Prada, esta
emoción bravía y selecta, una de las
que, con más entusiasmo, me ha
aplaudido el gran maestro.

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomándote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado.
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, obscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.


En la obra nos sorprende la primera estrofa en que aparece una apelación a Dios, a quien le habla del sentimiento de culpa que tiene por haberlo tomado en el pan (hostia), pero a la vez aparece una duda relacionada de manera íntima con el catecismo católico, en el cual se nos dice que Dios envió al mundo a Su Hijo, para liberar a los hombres y así establecer con toda la humanidad un pacto de amor filial. Vallejos duda de ello, no cree que Jesús es Él Cristo, hijo de Dios, duda incluso de que Dios sienta algo por su creación.

… Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios.

También nos indica que por el mismo sufrimiento el hombre se deifica, se vuelve un dios. Esta visión nos coloca ante una visión particular que existe en cuanto el sufrimiento es también una forma de llegar a la perfección y quizás se termine, mediante un ejercicio racional al determinar que por el dolor el hombre alcanza la perfección.

En la tercera estrofa, está la condena casi estelar, un juego eterno que, durando, se va desgastando infinitamente. También vislumbramos el tema de la suerte, del destino, de aquello que los hombres no pueden controlar simbolizado en un dado en que el jugador vendría a ser aquel motor que no es movido[1], juega con la muerte junto a Dios, esa muerte ojerosa cansada, aparece una suerte de triada en que el hablante lírico, con llamas de condena en los ojos juega con Dios, significando la muerte el dado eterno, que roe la tierra “…que no puede parar si no en un hueco, en el hueco de inmensa sepultura”.

En Trilce 1922, poemario de 73 poemas sin título, existe una continuidad, pero se acerca a nuevos tópicos. Sucede que en este libro se quiere armar y rearmar el lenguaje. En el juego y la lucha que realiza con el lenguaje, Vallejos toma una postura distinta, un tono distinto, pues se lee a sí mismo y se pone nota, esta imagen la vemos en el poema XVI (Ea! Buen primero)

Lo que busca es hacer un lenguaje verdadero, “verdarismos”, en que el lenguaje sea capaz de expresar lo que hasta ese momento no había sido expresado y habla desde la práctica del lenguaje, arma y desarma palabras, como el propio título del libro es una palabra nueva, armada. En Trilce, Vallejos formula respuestas a preguntas que aún no han sido formuladas.

Vallejos, en el poema III, va a asumir el problema del hombre desde la voz de un niño. Su lenguaje es sencillo y coloquial, con respecto a su lenguaje usual, va a hablar simbólicamente desde dentro de una casa. Hay un aire biográfico melancólico, añoranza y desolación infantil. La desolación de un niño que ya no es y que ha sido arrojado fuera del “hogar”, también hay un miedo de quedarse solo, absolutamente solo en el paraíso, lo que nos sugeriría un sentimiento de fraternidad social.

Ya no tengo pena. Vamos viendo
Los barcos! El mío es más bonito de todos!
Con los cuales jugamos todo el día,
sin pelearnos, como debe ser:
(…)
Aguedita, Nativa, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a dejar solo,
Y el único recluso sea yo.

Hay un deseo de no salir de la infancia, de permanecer ahí, pero si se queda ahí, se quedará solo y la soledad le causa miedo. El miedo es el de quedarse solo en el paraíso perdido. Así, tendríamos una visión de un paraíso que debe ser comunal.

Trilce

Hay un lugar que yo me sé
en este mundo, nada menos,
adonde nunca llegaremos.

Donde, aún sin nuestro pie
llegase a dar por un instante
será, en verdad, como no estarse.

Es ese un sitio que se ve
a cada rato en esta vida,
andando, andando de uno en fila.

Más acá de mí mismo y de
mi par de yemas, lo he entrevisto
siempre lejos de los destinos.

Ya podéis iros a pie
o a puro sentimiento en pelo,
que a él no arriban ni los sellos.

El horizonte color té
se muere por colonizarle
para su gran Cualquieraparte.

Mas el lugar que yo me sé,
en este mundo, nada menos,
hombreado va con los reversos.

-Cerrad aquella puerta que
está entreabierta en las entrañas
de ese espejo. -¿Esta? - No; su hermana.

-No se puede cerrar. No se
puede llegar nunca a aquel sitio
-do van en rama los pestillos.

Tal es el lugar que yo me sé.


En Poemas humanos (póstumo) mantiene el problema del poeta en la expresión, pero es aquí donde realiza casi un arte poética. Esto lo apreciamos en su obra intensidad y altura en que el lenguaje encasilla al hombre, la espuma en los labios es la superficial espuma de la profundidad, es decir el lenguaje se presentaría como aquel artificio que lleva al hombrea un vacío, una materialidad falsa, incapaz de hacer justicia a la propia interioridad humana.
“me atollo”: no puedo transmitir, no me puedo expresar es el drama que se transforma en tragedia. “Laurearme”: ser clásico, pero no puedo dejar de ser sencillo, “me encebollo”. Todo esto nos revela que en su faena no hay quietud, no hay pasividad. Esa es la vía crucis diaria, en que el lenguaje y la literatura no vale nada si la gente se muere de hambre.

Hoy me gusta la vida mucho menos,
Pero siempre me gusta vivir, ya lo decía.

Es sin duda una reflexión paradojal, me gusta mi vida con mi muerte, pues el único sentido de mi vida es mi muerte y mi café. Esa es la única explicación de mi vida, postura que, ciertamente, no deja de ser desgarradora y triste. Y mi esfuerzo es decir que no puedo decir, que me siento incapaz de transmitir lo que siento y si llego a transmitirlo, dudo de ser entendido. “…tanta vida y jamás”

España aparta de mí este cáliz 1938


Niños del mundo,
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!

¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!

Si cae -digo, es un decir- si cae
España, de la tierra para abajo,
niños, ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!

Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que esta
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquélla de la trenza,
la calavera , aquélla de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae -digo, es un decir-
salid, niños del mundo; id a buscarla!...

Aquí encontramos la verdadera salvación del hombre por el hombre, es una visión bastante peculiar de lo que es España. Una España que cae y que sólo será salvada por los niños, por la inocencia y la limpieza del alma, salid al encuentro para liberar al hombre, por el hombre del sufrimiento.

Lo que se intenta expresar en este ensayo es que siendo efectivo que Vallejos ha sufrido mucho, ha sido un hombre desgarrado y que se siente parte de un legado de culpabilidad, también siente clara la misión y la responsabilidad con los demás hombres. Es decir, se lleva a cuestas un herencia trágica, pero hay una responsabilidad que se manifiesta en la lucha diaria de evitar que el mundo decaiga. En el poema anterior aparece ese gran imperativo, “Buscad”, buscad, quizás en el alma aquello que ayude a levantar a reconstruir lo caído.

En este esfuerzo hay dolor, lucha, desgarro…toda la historia del Hombre, que Vallejos claramente retrata, expresa y en el cual, evidentemente ha triunfado, como Sísifo lo es cuando su piedra está en la cúspide: dichoso en un punto.


Bibliografía


Lussich, Francisco; César Vallejos, amado ser, amado estar. Literatura americana reunida, Chile, 1994

Vallejo, César; Los heraldos negros. Souza Ferreira, Lima 1918.

[1] Santo Tomás hablaría de Dios como el motor que mueve sin ser movido, como la causa primordial, primera sin ser causada.

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