miércoles, 12 de agosto de 2009

La noche romántica de Caspar Friederich



“Dos hombres contemplando la luna”

Carolina San Martín Espinoza[i]

“Cierra tus ojos físicos para que veas primero tu cuadro con los ojos del espíritu.
Luego haz que parezca en el día lo que has visto en tu noche,
para que su acción se ejerza a su vez sobre otros seres,
del exterior hacia el interior”
Carus

La noche Romántica de Caspar D. Friedrich es el tema de este ensayo. Para esto he tomado una de sus obras que considero, refleja no sólo el temple del autor y su sentimiento respecto del hombre, sino que también el sentir y el pensar de toda una época: El Romanticismo, generalmente considerado como un movimiento artístico que correspondió a determinados años en el siglo XVIII, pero que en este ensayo es difícil considerarlo como un tiempo pasado, al contrario. No se trata de un período que terminó en un determinado año, sino que es aún más importante, un sentimiento que se encuentra eternamente presente en todos los hombres, en toda la historia humana.

El sentimiento trágico de estar arrojado al mundo, jamás se divorcia del hombre mismo. Sísifo, Edipo, el Quijote, Hamlet, etc. Son paradigmas de esta verdad, pero también Friedrich y Hölderlin. El romanticismo se manifiesta como una necesidad de rescatar o arrancarle al eterno infinito, una parte de la verdad que se encuentra vedada al hombre. Pero la interrogante es ¿Qué le vamos a arrancar al infinito? ¿Cómo y de qué forma lo cristalizaremos para dar testimonio a los demás hombres y escribir la historia de la que habló Hölderlin?. Veamos y exploremos en la obra de Friedrich “Dos hombres contemplando la luna” y en algunos versos románticos, qué respuestas podríamos encontrar.


La obra de Capar David Friederich “Dos hombres contemplando la luna” (1819), nos sitúa ante dos fisonomías que representan el maestro y el discípulo, en el momento contemplativo más vivo que se pueda imaginar. Dos hombres están detenidos en la ladera de una colina seca y escarpada, el más joven pone su mano derecha en el hombro del hombre más añoso. Mientras observan la luna ubicada en el centro del paisaje y enmarcada por una naturaleza agónica, marchita y triste, ninguno nos muestra su rostro. Se trata de un extraño deslumbramiento de un paisaje que es transfigurado por la luna.


En la obra de Friedrich existe una línea unitiva de un sentir y pensar romántico, esbozo de una meditación imperturbable y de búsqueda de una harmonía profunda con la naturaleza, con la naturaleza más íntima del hombre. Pero, de qué escisión con la naturaleza hablamos, cuando decimos que el hombre busca estar en harmonía con la naturaleza…es difícil saber. Al menos podemos tener una idea: la búsqueda de la soberanía y de las altas cumbres mueve al hombre a emprender en libertad, un camino distinto y ese camino ha alejado al hombre de su ser más profundo, de su naturaleza interior.

El mundo ya no da las respuestas, se ha perdido la inocencia (”los sueños de la razón producen monstruos”, como decía Goya) y cada quién, ha de dar testimonio de cada fragmento del infinito para que el hombre pueda saber lo que es.

Las pinturas de Friedrich evocan no sólo al solitario que siempre fue, sino que también hacia esta problemática del hombre y, consecuentemente, a la comprensión de la experiencia poética de la mayoría de los románticos que llevaron a su máxima plenitud el tema de la noche.

En su intento de irrumpir en el misterio de la noche, los poetas de entonces (Friederich, el poeta en cuanto creador) buscaban establecer un vínculo armónico con la naturaleza. Por ello desearon aniquilar todas las apariencias del mundo temporal y adentrarse, mediante la existencia inmediata hacia los espacios oscurecidos por tantas prisiones espirituales. En aquel tránsito, fueron aplicando nuevos significados a las revelaciones de las sensaciones y, fue así como la expresión artística se convirtió en una forma de conocimiento que relacionaba lo circundante con las desarraigadas vidas de los poetas.

En la Alemania del siglo XIX, Caspar Friedrich encaminó su vida en una búsqueda inspirada en encontrar el Ser. El cual era un camino que se revestía de una profunda sed mística, en que tras las revelaciones halladas en la noche, se descubre un diálogo permanente entre un mundo exterior y el interior del hombre, lo que lo motivó a seguir adentrándose en la aventura poética (poética en cuanto creador) en la relación existente entre el alma y el universo.

“Todo aquello que trabaja, crea, obra, sufre fermenta y germina en la noche de nuestro inconsciente, todo lo que se manifiesta, tanto en la vida de nuestro organismo como en las influencias que recibimos de las otras almas y del universo entero…, todo ello sube, con un acento muy peculiar, de la noche inconsciente a la luz de la vida consciente; y a esa melodía, a esa maravillosa confidencia del inconsciente al consciente, la llamamos sentimiento.” Carus[1]


La noche no es sólo el momento fructífero de la soledad en la naturaleza y en la cual se elevan hasta en corazón los recuerdos, sino que también, ella es la gran reveladora, la fuente escondida de los sentimientos y de las cosas que silenciosamente nos rodean. Si bien, en esta época el proceso del pensamiento y el reflexionar eran valorados por la mayoría de los artistas, el sentimiento era aquella potencia reveladora de algo superior que se encuentra muy arraigado al inconsciente y al sueño. Es, por el sentimiento, que el alma llega hasta las regiones profundas en que todas las almas entrelazan sus raíces y se encuentran en relación con una “unidad” común, como una suerte de inconsciente colectivo, que dialoga con todos los hombres en distintos períodos de tiempo.


“Nace y tiembla la brisa en las hojas más leves del boscaje.
¡Mírala! Y el fantasma de nuestro universo, la luna,
misteriosamente aparece. Y ya viene la Noche, la Ferviente,
engalanada de estrellas, indiferente a nuestra vida;
la dadora de prodigios, la extranjera entre los hombres
se levanta a aquellas cumbres, y en su fausto melancólico brilla.”
Hölderlin[2]

Durante la noche, bajo las pisadas de estos hombres exploradores con “una gran sed mística”, surge todo un universo de imágenes revestidas de significados que, al ser expresados poéticamente, dan testimonio del hombre, testimonio de lo que es, parafraseando a Hölderlin. No obstante, el lenguaje pictórico de Friedrich alcanza una dimensión distinta al de la poesía en cuanto forma escrita. Su forma de expresión poética apela a la vista y a la contemplación misma de la escena retratada y lleva al que mira hacia lo inefable.

Se obra y apela sobre los sentidos, para luego transmitir una verdad más profunda y eterna. Es decir, que ya no existen palabras que se puedan hilar mediante el pensamiento objetivo, pues es el sentimiento el que despierta el propio ser del hombre, lo libera, lo desenmascara y desnuda su corazón. Lo desnuda y lo deja trágicamente en la incertidumbre humana, en la encrucijada de la existencia y ante los muros de la fe.

La encrucijada humana se traduce en el sentimiento de haber llegado a destiempo. Los dioses se han ido y los que vendrán no han llegado todavía. ¿Qué ha pasado con los dioses de antaño que ya no están?, ¿Por qué hemos llegado demasiado tarde? Son quizás las interrogantes claves para entender la esencia nostálgica de la problemática del hombre romántico.

La luna, en la obra de Friederich, abre los ojos del hombre en sus profundidades y le descubre la vida secreta, en que el reino divino apenas ha dejado su destello en el ocaso. La sed mística y la nostalgia de la que hablábamos se expresa en la disociación del hombre incluso con la misma naturaleza, se ha ganado soberanía y libertad, pero el hombre ha roto la relación con la naturaleza. Hubo un tiempo en que los seres humanos se miraban cara a cara, pero esa relación se ha quebrado. ¿Las causas? Quizás la revolución copernicana, quizás la Reforma de 1649…quizás la escisión surgió en el propio ser humano sin una causa histórica que la justifique. El hombre es un náufrago en paraísos artificiales y la naturaleza muerta que vemos alrededor de los dos hombres que contemplan la luna es el templo de la soledad y el vacío, el espejo de lo que ocurre en el alma misma del artista.

“Todo cuanto existía, ya no existe. Lo que existirá, no existe aún. No busquéis en otras partes” Alfred de Mussette

En la obra de Friedrich se retrata al hombre solo frente al infinito, frente a su propia interioridad, aun cuando se está en compañía del otro, cada hombre lleva solo a cuestas su tragedia (su cruz). Sin embargo, en el instante contemplativo, hay algo más entre la iluminación exterior que proviene de la luna y el sentir interior del hombre. La luz mística de la luna no es sólo favorable a un momento de ensoñación, sino que permite a las cosas salir de su orden acostumbrado y reconstruirse según un orden o principio poético dispuesto en plena libertad por el artista, libertad que corresponde a la propia libertad del espíritu humano.

“Al contemplar la magnífica unidad de un paisaje de la naturaleza, el hombre se hace consciente de su propia pequeñez; y, al sentir que todo está en Dios, se pierde a su vez en ese infinito, renunciando en cierto modo a su existencia individual…Abismarse así no es perderse; es una ganancia, porque aquello que de ordinario sólo podemos ver por medio del espíritu, se hace casi accesible a los ojos físicos, los cuales se convencen de la unidad del Universo infinito.” Caspar D. Friedrich[3]

Esta pintura es profundamente infinita y abierta, abarca lo que va más allá del ojo del artista e invita a perder la mirada hacia lo lejos, donde se encuentra la luna simbólicamente justo en el centro. Ella lo ilumina todo con su luz espiritual y, como la poesía, establece un diálogo con los hombres, comunica o posibilita la conversación de los hombres con un ámbito superior. El poetizar la contemplación de la luna devuelve al hombre el reflejo de su propio ser interior, de su verdad más profunda y la verdad más profunda sólo se manifiesta en fragmentos, en breves instantes.

Es, en este instante, que la inocencia del poetizar, se vuelve peligrosa, pues el artista logra establecer un puente comunicativo del hombre con el fundamento de su propia existencia y la fundación del ser está vinculada a los dioses. La misión del artista reside, definitivamente, en captar esas señas de infinito captadas en su obra e intentar transmitirlas y construir “historia”, como diría Hölderlin:

“Por eso, porque es piadosa, honro a los celestes
por amor a la tranquila voz del pueblo,
pero por amor a los dioses y los hombres,
¡no descanse ella siempre demasiado a gusto! (IV, 141)

…y en verdad
buenas son las leyendas, pues son un recuerdo
hacia lo supremo, pero también eso requiere
uno que interprete lo sagrado.”(IV, 144)[4]

Este gesto particular nos habla de un sentimiento del artista romántico, que inquieto e insatisfecho, con una gran angustia interior por la pequeñez del ser humano en relación con la inmensidad, se encuentra siempre en búsqueda de sí mismo, atento, recordando el día que se fue y a la espera del amanecer que vendrá.

La noche del artista simboliza la historia del hombre que está entre el reino que se fue y el que vendrá. Vive en la espera del alba, pero aún mantiene grabados en su alma los signos sagrados que son revelados sólo en breves espacios de tiempo y cuya misión reside en dar testimonio de ello, de dialogar y hacer historia…

“Pero, lo que permanece lo fundan los poetas”
Hölderlin

En la noche, la luna ilumina al poeta, al hombre. Abre ante sus ojos, una parte de la “verdad” velada durante el día…pero existe lleno de inocencia y con el poder más peligroso: el lenguaje. La poesía, así como la luna, está en el centro del mundo y es el espacio de una tensión trágica, la tensión trágica de la que hablábamos al comienzo de nuestro ensayo: El espacio de disputa de dios y de los hombres.

La obra de Caspar David Friedrich: “Dos hombres contemplando la luna” nos ofrecen ese fragmento de infinito, que difícilmente podamos coincidir en su interpretación plena, pues lo inefable es más potente de lo que se piensa, pues depende de cada hombre el modo de cómo encuentre la verdad que se ofrece en breves instantes…depende de “cada quien” cómo poetice su vida, pues el habitar, el vivir en esta tierra es como decía Hölderlin, esencialmente poética.


Bibliografía

Beguin, André; Alma Romántica y sueño. Fondo de Cultura Económica, México, 1992.

Heidegger, Martin; Interpretaciones sobre la poesía de Hölderlin, Barcelona: Ariel, 1983.
[1] Carus; Vorlesungen üben Psichologie (1931).
[2] Hölderlin; Poemas. Luis cérnuda, México 1942.
[3] En André Beguin; Alma Romántica y sueño. Fondo de Cultura Económica, México 1992 (Pág. 166)
[4] Martin Heidegger; Interpretaciones sobre la poesía de Hölderlin, Barcelona: Ariel 1983, Pág. 66
[i] Licenciada en Letras y Ciencia Política, Pontificia Universidad Católica de Chile

2 comentarios:

  1. Hace muy poco que llegué a la siguiente conclusión: El tiempo es Dios.
    y paradojalmente el tiempo es quien nos permite individualizarnos y extendernos sobre nosotros mismos para descubrir la eternidad. Es en esta dualidad donde se logra encontrar trazos de infinito, no puede ser de otra manera.
    Si solo hubieran misticos y poetas la vida degeneraría en una monotonia que estoy seguro Dios vomitaria, y por el contrario si solo existiesen hombres burgueses preocupados de la finitusd de sus posibilidades Dios se moriría, y estoy seguro de que Dios no ha muerto.
    El tiempo es Dios padre, cada alma que no puede ver el infinito pero que la conoce y siente nostalgia de ella es Dios encarnado, y la relación que existe entre el tiempo y la npción del tiempo, o sea entre Dios padre y Dios hijo es el santo espíritu. Esta trinidad que no es sino un momento presente que Dios dibuja, y María, el rostro femenino de lo divino, hacen que en lo inmanifiesto cada uno de nosotros se encuentre con el haz de vida que nos corresponde, para que así se cumpla la ley a través de la cual se puede sostener la vida, que es el fin último de la creación y de lo creado.

    Los artistas no van a la par con el resto de las personas. El ego los hace creer de que son ellos quienes sostienen al mundo. Esto viene ya de una pedantería academicista decimonónica, y que hace que los periodos de la historia del arte se desenmarquen de lo que la gente siente en un tiempo respecto de lo que se crea en ese tiempo. Sin embargo una mujer que llora por el sufrimiento de su hijo, o un hombre orgulloso de sustentar su familia dejan entrever el infinito en cuanto el tiempo crea y se deja crear.
    La vida se crea a sí misma.
    Las categorías éticas, estéticas e históricas no sirven de mucho si queremos lograr el infinito. El academicismo artístico tampoco sirve. Nada sirve, y mejor que así sea, así en la contemplación de ese mihilismo Dios nace en nosotros.

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  2. Hola Diego:

    Tienes mucha razón, el manto de Dios es infinito y traspasa el tiempo y el pensamiento. Pero el dios de los poetas es un dios con minúsculas es esa fracción que tienen de la contemplación de infinito que se les abre por muy breves instantes. Su historia personal y política los traspasa y nos muestra ese prisma que les pertenece (a veces tan triste, solitaria en el mundo o tan orgullosa y vacía).

    En verdad admiro a quienes son capaces de cuestionarse, de profundizar en el camino de develar lo sagrado y la verdad... Gran encrucijada, estimado Diego.

    Gracias por compartir tu visión en mi Blog.

    Saludos,

    Carolina.

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