miércoles, 12 de agosto de 2009

Sobre educación




En búsqueda de los nuevos desafíos del enseñante


Uno de los mayores problemas que puede enfrentar un sistema educativo es la insistencia en la homogeneización en la enseñanza. Si bien es cierto, esta estrategia resulta ser mucho más cómoda, económica y rápida para el enseñante, en verdad, no sólo contiene enormes desventajas con respecto a la calidad de los conocimientos y valores entregados, sino que también, puede comprometer la capacidad de los estudiantes: a) para llegar a niveles mucho más profundos en su materia, b) para acercarse a las distintas fuentes de información, c) para emitir juicios coherentes y reflexivos con respecto al entorno y contexto de su materia y d) para comprender e integrar lo nuevo de una manera armónica.

La homogeneización en la enseñanza implica crear una abstracción general de los estudiantes como “grupo” sin considerar las diferencias que se establecen de persona a persona. Esta tendencia es esencialmente peligrosa, en primer lugar, porque anula la presencia del otro como un interlocutor, transformando al profesor en un ente “cerrado”, arbitrario y unilateral, privando a los estudiantes de la posibilidad de inquietarse, conmoverse o de disentir. En segundo lugar, no permite la aparición de una racionalidad distinta a la entregada ni una nueva interpretación o relectura de las materias, obstruyendo la capacidad de los estudiantes de descubrir nuevas ópticas, implicancias y posibilidades y, finalmente, no ayuda a que los “estudiantes” se motiven y se transformen ellos mismos en descubridores, críticos y gestores de su propio aprendizaje, es decir, se les deja sólo en su condición de alumnos (aquellos privados de luz), receptores pasivos, alejados de la posibilidad de establecer una retroalimentación constructiva en la sala de clases.

En esta instancia, resulta interesante considerar que el rol del “enseñante” radica en ser un elemento catalizador que propicia las transformaciones necesarias para que los alumnos puedan adquirir una mayor autonomía en la actividad de aprendizaje que realizan. Por otra parte, el enseñante debiera asumir una nueva postura frente a los contenidos que pretende entregar, no sólo dominando su materia, sino que también asumiendo una nueva actitud frente a las diferentes investigaciones y descubrimientos que se están abordando en clases, entregando las leyes generales de los procesos, sus fuentes y funcionamientos, orientando a los estudiantes en las estrategias de aprendizaje pertinentes, conforme a las distintas situaciones a los que se encuentran expuestos. Un enseñante co- gestor espera que los estudiantes puedan intervenir de una manera creativa y positiva en sus trabajos y los invita a manifestar sus propias visiones e interpretaciones de la realidad. Una actividad enfocada de esta manera crea una conexión más cercana, única y especial con los estudiantes, haciéndolos a ellos mismos partícipes de su propio aprendizaje y una mayor aplicación hacia temas, que de otra manera no le harían sentido.

En este contexto, el lenguaje se transforma en un factor transversal que incide en cualquier actividad de aprendizaje, debido a que es una práctica articuladora de realidades, de compromisos lingüístico- sociales y que en su esencia está el escuchar histórico que se le otorga al ser humano. El escuchar y el “enseñar a escuchar” se convierten en algo mucho más profundo. Las posibilidades se cierran o se abren, debido a que existen en el escuchar y ese escuchar no es algo objetivo, debido a que está cargado de un trasfondo o de una orientación básica de atención por el mundo y se manifiesta en el trato diario de persona a persona y cada actividad o expresión lo va a presuponer. Así, el escuchar más amplio se ubica en un trasfondo y el éxito va a radicar en que el orador pueda llegar a comprometerse con el oyente (estudiante) y pueda contar con él.

Por ejemplo, con el conflicto de medio oriente, el Presidente Bush ha emitido y sigue emitiendo una serie de juicios negativos que se agudizaron con el atentado a las torres gemelas: “Todos los árabes son conflictivos, todos son reaccionarios y todos son terroristas” y, por esto, a ellos se les restringe posibilidades. Al decir “tu cultura “es así”, tú perteneces a esa cultura, por lo tanto, tú eres así”, se está ejerciendo una acción invisible, pues se mira con naturalidad algo que no lo es y se puede alterar profundamente cualquier tipo de relación futura que pueda surgir. Por lo tanto si no llega a suceder un entendimiento entre los participantes de un determinado diálogo (tácito o explícito), puede ocurrir una desintegración o, como diría Winogrand y Flores (1999), un rompimiento que sería la pérdida de validez y confianza mutua para poder adquirir algún compromiso futuro. Las partes deslegitiman los canales y la comunicación se pierde. Lo mismo puede ocurrir en una sala de clases, si la enseñanza no llega a ser personalizada, si los enseñantes siguen viendo a los estudiantes como meras vasijas que hay que llenar o si los estudiantes no “sienten” que ellos son el objetivo mismo[1] del enseñante.

Por esto, un objetivo ineludible es el de des- homogeneizar la educación, a fin de llegar a establecer un compromiso mutuo, que involucre tanto al enseñante como al estudiante en un escuchar, no sólo de cada persona con su historia, emociones y sentimientos, sino que también un escuchar de posibilidades, en una atención del ser humano mismo, sin un fin ulterior que no sea la persona. Teniendo este principio como desafío para el enseñante y para el sistema es que se puede avanzar en la motivación y en la preocupación de los estudiantes por aprender y desarrollarse, no sólo en el ámbito cognitivo, sino que también en el ámbito afectivo y moral.
[1] o razón de ser.

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